“¿Dónde estará la estrella azul?” Así comienza uno de los
tantos éxitos creados por el músico santiagueño Peteco Carabajal, una canción
que resonó en la segunda mitad de los años 80 y que, en la voz de Mercedes
Sosa, recorrió el mundo entero. Este conmovedor huayno está inspirado en una
historia real, la de Peteco y un hijo al que nunca pudo ver crecer. En Zambas
al Corazón te contamos la historia detrás de la Canción para la estrella azul.
A principios de esa década, Peteco, un joven folclorista,
conoció a Úrsula, una diplomática austriaca que trabajaba en la embajada de su
país en Buenos Aires. Entre ellos surgió un romance profundo, y fruto de ese afecto,
el 17 de abril de 1984 en el Hospital Alemán de Buenos Aires, nació un niño al
que llamaron Juan. Sin embargo, la relación entre Peteco y Úrsula era inestable
y pronto se desvaneció, a veces la vida es así. Al poco tiempo, Úrsula,
cumpliendo con su deber diplomático, fue asignada a otro destino y partió
llevándose consigo a Juan, arrebatándole a Peteco la ilusión de ver crecer a su
hijo. Jamás le comunicó de su partida ni hacia dónde se dirigían.
Desde ese momento, el pequeño Juan se convirtió en una
estrella distante y lejana brillando en otro cielo.
“¿Dónde estará la estrella azul? Sus ojos suelen brillar,
perdidos en la inmensidad”, serían estos los sentimientos de Peteco en medio de
la nostalgia y el dolor que lo golpearon en esos primeros instantes. “A veces
sueño que está aquí y se ilumina el camino…”
A pesar de sus esfuerzos por ubicar a su hijo, todos sus
intentos fueron en vano. Las cartas que enviaba no llegaban a destino o se
perdían en direcciones equivocadas, pues el único dato que poseía era que Juan
y su madre se encontraban en algún lugar de África.
Nacimiento de la canción
En una de las visitas que solía hacer a Jacinto Piedra y su
esposa Irene, mientras compartían mates y guitarras, una melodía comenzó a
brotar desde lo más recóndito de su ser, inspirada por aquella estrella que se
le escapó de entre sus dedos. Que con posterioridad poco a poco, fue moldeando hasta
darle una forma definitiva, nacida del anhelo y el dolor.
La letra de la canción surgió de vivencias que lo llevaron
a expresarse a través de metáforas y simbolismos. No narra un hecho específico,
sino que utiliza la imagen de una estrella lejana, casi inalcanzable, para
transmitir un sentimiento de pérdida, de distancia y de desencuentro. A través
de una poesía sencilla, Peteco intentó plasmar su realidad y lo que sentía, sin
revelar explícitamente su origen. “Es como un papel que el viento no deja
caer”, canta, resumiendo la esencia de la canción en esa línea: “A nadie puedo
preguntar con las palabras del alma; es mi tristeza un papel que el viento no
deja caer”.
La canción fue lanzada en su álbum junto a Jacinto Piedra,
“Santiagueños - Transmisión Huaucke”, y se popularizó por su impactante
sencillez, sin que el público conociera el profundo trasfondo de la letra.
“A veces sueño que está aquí y se ilumina el camino cuando
aparece el fulgor cerquita de mi corazón”.
Encuentro
Un día, finalmente, llegó la noticia que tanto anhelaba:
Juan vivía en Nairobi, la capital de Kenia, en África oriental, junto al océano
Índico. Ahora, la cuestión era cómo llegar a ese lugar.
Mercedes Sosa, consolidada como una artista de renombre
internacional, al enterarse del drama que vivía su amigo, decidió incorporarlo
a su banda como músico para una gira por Europa. Una vez concluida la gira,
Mercedes le dijo: "Peteco, te traje para que puedas ver a tu hijo. Desde
acá no es tan lejos", y le entregó un sobre con el dinero suficiente para
que pudiera viajar a Kenia.
Ya en Nairobi, Peteco realizó el llamado telefónico que
tanto estuvo buscando. Al otro lado, una voz familiar pero lejana le dijo que
podría ver al niño, pero solo por un par de horas, bajo una estricta
supervisión, y sin revelarle al pequeño cuál era su verdadero vínculo con él.
Peteco, con el corazón lleno de esperanza, aceptó sin dudar.
Así, el músico se adentró en un territorio completamente
desconocido para él, sin dominar el idioma ni saber que podría esperarle. Pasó
dos días en un hotel, esperando ansiosamente el momento del encuentro, hasta
que un segundo llamado le indicó el lugar y la hora: se encontrarían en una
plaza pública.
Cuando finalmente vio a Juan, el niño no comprendía por qué
aquel hombre lo miraba con tanto cariño y le demostraba tanto afecto. No
hablaba ni una palabra en español, y su madre jamás le había contado de su
padre.
A pesar de la barrera del idioma y la falta de conocimiento
mutuo, ambos compartieron un momento que había sido esperado durante tanto
tiempo. Entre sonrisas y juegos, el tiempo voló, y en un abrir y cerrar de
ojos, las dos horas habían pasado. Los custodios se llevaron al niño, pero
antes, Peteco le dejó dos regalos: un bombo legüero, símbolo de su tierra, la
chacarera y el folklore, y una camiseta del club de sus amores, Boca Juniors.
La vida sigue
Posteriormente, Peteco plasmó su experiencia en la canción
“Encuentro”, donde expresó la dicha de haber hallado a su estrella perdida. Allí
también hace referencia a la ayuda de Mercedes, quien hizo posible ese
encuentro: “En la voz de una nube amiga crucé los cielos como una herida.
Tengo
suerte, hoy la vida me ha hecho hallar la estrella perdida”. Además, relató su
travesía por esas tierras lejanas, movido por la esperanza de ver a su hijo:
“Otros cielos, otras aguas, otros pueblos, otras palabras, y una sombra
implacable más allá de la luz aguarda”. La canción fue incluida en su disco
solista de 1991, titulado “Encuentro”, mismo nombre de la canción y cuya
portada lo muestra mirando al cielo, iluminado por la luz de una estrella...
una luz azul.
Sin embargo, la historia no concluyó allí. Durante los años
que siguieron, Peteco intentó mantener el contacto con su hijo y procuró
organizar otros encuentros, aunque sin éxito. Treinta años más tarde, con Juan
ya convertido en un profesional que trabajaba en la ONU, Peteco finalmente pudo
contarle su versión de los hechos: lo que había sucedido y por qué lo había buscado
tanto. Aunque en ese primer encuentro, a pesar de los esfuerzos de Peteco por
crear lazos, lo noto muy distante. No obstante, en otra oportunidad, logró
reencontrarse con él tras un concierto en Viena con “Riendas Libres”, el
conjunto que formó junto a sus otros hijos, Homero y Martina. Para sorpresa de
Peteco, divisó a Juan entre el público, que había acudido para ver su
espectáculo.
“Cuando terminamos de tocar, fui a saludarlo. Estaba con su
madre y con su novia. Salimos y fuimos a un bar, y nos quedamos casi tres horas
conversando. Por primera vez, pude encontrarme con Juan para hablar distendidos
y riéndonos, cada uno desde su lugar. El encuentro con mis otros hijos fue
totalmente alegre y hermoso. He podido comenzar un nuevo ciclo en la vida. Durante
32 años, estuve ligado a esta historia, siempre en silencio”, relató Peteco,
lleno de felicidad.
Ahora, solo queda esperar el día en que Juan decida
aventurarse a visitar Argentina, para descubrir la historia que yace detrás del
legado de su padre, para conocer los sentimientos de la tierra de sus
antepasados, la cultura que lo envuelve y todo el amor que se oculta tras su
apellido.
Peteco encontró en su arte la fuerza para sobrellevar la
ausencia y convertir el dolor en belleza, plasmándola en su arte. La historia
de su búsqueda y eventual encuentro con Juan nos recuerda la importancia de
nunca rendirse ante los obstáculos y de mantener viva la fe en que, tarde o
temprano, los lazos del corazón encuentran la manera de reunirse.
Hoy, la melodía de esa "estrella azul" sigue
brillando con intensidad, iluminando caminos, e inspirando a todos aquellos que
luchan por reencontrarse con sus propios anhelos perdidos. Es un recordatorio
de que, incluso en los momentos más oscuros, la música y el amor tienen el poder
de sanar, unir y trascender más allá de lo imaginable.