La Telesita (Historias de Folklore)


LA TELESITA





La Telesita es el nombre con el que se conoció a una joven santiagueña, amante de la música y la danza, que vivió a mediados del siglo XIX y murió de manera trágica, devorada por las llamas. Esta fatalidad dio origen a su leyenda, que ha inspirado rituales, canciones, poemas y obras teatrales. En Zambas al Corazón, te contamos quien fue la Telesita, comencemos.

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La existencia de La Telesita tiene un carácter legendario. El primer registro escrito sobre su tragedia data del 8 de enero de 1907, cuando el diario El Liberal de Santiago del Estero le dedicó un artículo. Las antropólogas María de Hoyo y Laura Migale han investigado las diversas versiones orales que la narran. Al tratarse de una leyenda transmitida por la tradición oral, los detalles y los sucesos han variado con el tiempo según quien la relate. Aquí abordaremos dos de las muchas versiones que existen sobre su origen.

TRAGEDIA AMOROSA



Una de las versiones más detalladas sostiene que se trató de Teresita del Barco, una joven de buena posición económica, hija del estanciero Pedro del Barco y de María Rosa Gómez, oriundos de Santiago del Estero. Sin embargo, Teresita pasó su infancia en la estancia "La Aurora", ubicada en las sierras de Guasayán, y fue descrita como una niña de gran belleza, con su cabello negro y ojos azules, y una pasión desbordante por la música y la danza.

Desde pequeña, aprendió los secretos de la vida en el campo. Los arrieros le transmitieron conocimientos sobre la flora, la fauna y hasta el uso de plantas medicinales para tratar enfermedades y aliviar dolencias. Sin embargo, su vida cambió drásticamente cuando llegó a la edad de contraer matrimonio. Sus padres decidieron regresar a Santiago del Estero, pero, al llegar, se encontraron con una ciudad devastada por una epidemia de cólera. Obligados a cumplir una cuarentena, no resistieron la enfermedad y fallecieron, dejando a La Telesita sumida en un profundo dolor.

La pérdida de sus padres la llevó a abandonar la estancia, ya que no podía soportar el recuerdo de su vida anterior. Se mudó a un pequeño valle cercano a la ciudad, donde conoció a Eumelio Ahumada, un estanciero con quien formó un vínculo amoroso. La vida parecía ofrecerle nuevamente una oportunidad de felicidad.

Sin embargo, durante los carnavales, en uno de los bailes, un joven invitó a la Telesita a bailar, lo que desató rumores entre los presentes. Estos chismes llegaron a oídos de Eumelio, quien, enfurecido, retó al joven a un duelo en defensa del honor de su amada. El enfrentamiento constó de tres pruebas: un duelo de payadas, un duelo de malambo y, finalmente, un combate criollo con cuchillos. Al llegar a la tercera instancia, ambos jóvenes quedaron gravemente heridos, resultando en la muerte de ambos.

Al enterarse La Telesita huyó hacia los montes, y se instaló en una choza cerca de La Banda. Para superar su dolor comenzó a ayudar a los necesitados. Preparaba tisanas y pociones curativas para los enfermos. Los escuchaba y sanaba sus dolencias. Su fama de Santa y curandera se fue extendiendo. Muchos se acercaban a hacerle peticiones de todo tipo.

Sin embargo, un día desapareció misteriosamente. El pueblo, encariñado con ella, rápidamente salió en su búsqueda, solo para encontrar su cuerpo sin vida calcinado en un escenario trágico e incomprensible. Nadie pudo explicar cómo ocurrió su terrible destino.

La joven danzarina



Otra versión nos habla de Telésfora Castillo, una adolescente muy joven originaria de la antigua Tojona, en lo que hoy conocemos como la región de Salavina, en Santiago del Estero. Fue hija de una pareja adinerada que falleció cuando ella era aún pequeña, heredó una gran fortuna, compuesta por joyas de oro y plata, reliquias familiares y una vasta hacienda. Sin embargo, la joven nunca mostró apego a estas riquezas. Y tras la muerte de sus padres, comenzó a vagar por los montes y la ciudad, desvinculándose de los bienes materiales.

Se la describía como una persona generosa y desinteresada, que ofrecía sus pertenencias sin vacilar para ayudar a los demás. Con el tiempo, fue regalando casi todo lo que poseía, ya fuera para ayudar a alguien, en intercambio por favores o simplemente por comida. Llegó incluso a entregar su propia casa. De esta manera, La Telesita terminó vistiendo solo harapos, sobreviviendo gracias a la ayuda de la gente del pueblo, quienes la consideraban una persona muy buena y la veían con cariño.

Algunos vecinos decían que era muy inocente (una manera sutil de describir que tenía cierto retraso madurativo, agravado tras la muerte de sus padres). En medio de su soledad y desdicha, la joven encontró refugio en la música y la danza, disciplinas que le ofrecían un escape. Al bailar entraba en una especie de transe, perdiéndose en su mundo, un mundo que terminaba cuando finalizaba la música.

Durante los festejos del pueblo, especialmente en las celebraciones callejeras, La Telesita era una figura recurrente. Se decía que tenía un don especial para predecir con exactitud la hora y el lugar de los festejos, lo que hacía que siempre llegara temprano.

En aquellos festejos, bailaba sola, incansablemente, marcando el compás con sus pies descalzos que, aunque parecían flotar sobre la tierra, levantaban el polvo del suelo al ritmo de la chacarera. No solo era la primera en llegar, sino también, la última en marcharse. Cuando la música terminaba y despertaba del trance de danza en el que se sumergía, se alejaba sin despedirse, perdiéndose nuevamente en los montes, tarareando las melodías que había escuchado durante la fiesta.

Una noche fría de celebración, La Telesita no apareció. Al notar su ausencia, los vecinos comenzaron a preocuparse. Se organizaron y salieron a buscarla por los montes. Finalmente, dieron con ella, pero encontraron su cuerpo calcinado entre las cenizas. Algunos dicen que, al sentir frío, la joven se había acercado demasiado a unas brasas ardiendo para calentarse, y que, al quedarse dormida, una brasa saltó sobre su ropa, desatando el incendio que terminó con su vida. Otra versión sugiere que, comenzó a escuchar música a lo lejos y se perdió en uno de sus trances de baile, tropezó con las brasas y, sin darse cuenta, el fuego envolvió sus vestimentas hasta consumirla por completo.

Las circunstancias y las versiones varían según quien relata la historia, sin embargo, el desenlace es el mismo: La Telesita murió entre las llamas, y el pueblo lamentó profundamente su pérdida.

Se cuenta que una anciana llamada Doña Fernanda Escobar fue quien la sepultó. Con el tiempo, comenzó a hacerle promesas, pidiendo favores y milagros en su nombre. Cuando sus peticiones eran cumplidas, Doña Fernanda organizaba festejos en honor a la Telesita, iniciando así una tradición que mezclaba la devoción con la celebración popular.

La Telesiada



La Telesita no tardó en hacerse presente en las noches de fiestas, o al menos así lo aseguraban muchos. Diversas personas afirmaron haberla visto danzando entre la multitud, avivando la creencia de que, tras su muerte, se había convertido en un "alma en pena". Se decía que, incapaz de desprenderse de aquello que la hizo tan feliz en vida, la música y la danza, su espíritu vagaba en busca de compañía. Con el tiempo, su figura no solo fue percibida como un alma errante, sino también como un "alma milagrosa", capaz de obrar favores y realizar milagros.

Su leyenda comenzó a adquirir mayor fuerza cuando crecieron los rumores de que había concedido favores a quienes se lo pedían. Pronto, la gente empezó a invocarla para pedir por la recuperación de cosas perdidas o robadas, para hallar agua en épocas de sequía, para que brotara pasto para el ganado, y para satisfacer otras necesidades de similar carácter.

A raíz de estos supuestos milagros, nació una tradición particular llamada "Telesiada". Esta celebración se organizaba como un tributo en su honor, representando la manera en que la Telesita vivió sus días, bailando. La Telesiada no era solo un festejo, sino una rogativa, una ceremonia dirigida por un "promesante", quien pedía un favor a cambio de una fiesta.

Durante la Telesiada, se preparaba un pan con forma de ángel, que simbolizaba el espíritu de la Telesita. Este pan se colocaba en una mesa en el centro del patio, cubierto con un mantel blanco y rodeado de velas y flores. La celebración comenzaba con el promesante tomando siete copas de bebida alcohólica en honor a la Telesita, seguido de siete chacareras bailadas con una única pareja. Entre cada danza, debía beber nuevamente, para completar esta parte del ritual.

Una vez cumplidos estos pasos, se apagaban las velas, y una joven seleccionada deshacía el pan para repartirlo entre los presentes. Solo entonces comenzaba el jolgorio general. Los participantes se entregaban a la música, al banquete y al baile, disfrutando de asado, empanadas, y bebidas, mientras se lanzaban cohetes y el sonido de guitarras, bombos y violines inundaba el ambiente. Se bailaban gatos, escondidos, malambos, zambas y, por supuesto, chacareras.

En algunas versiones de la Telesiada, la figura de pan era sustituida por una de madera, papel o trapo, y al final del festejo, esta figura era quemada, simbolizando la muerte de la Telesita y su trascendencia al más allá. Así, esta ceremonia no solo celebraba la memoria de la Telesita, sino que también reforzaba su lugar en la cultura Santiagueña, como un símbolo de devoción, música y fe.

La Telesita en el arte



La leyenda de la Telesita ha inspirado numerosas manifestaciones culturales, especialmente en la música. A comienzos del siglo XX, Andrés Chazarreta recopiló una antigua chacarera bajo el nombre de "La Telesita", que luego fue interpretada en versiones instrumentales por figuras como Ariel Ramírez y Jaime Torres.

A esta melodía se le han añadido letras por varios autores, entre ellos encontramos la versión de Agustín Carabajal, popularizada por grupos folclóricos como Los Carabajal y Los Manseros Santiagueños. También destaca la versión de Abel Monico Saravia, interpretada por Jorge Cafrune en su álbum Lindo haberlo vivido para poderlo contar.

Otra chacarera inspirada en su leyenda es “Digo La Telesita” de Marcelo Mitre y que también emula su trágica historia.

En el teatro, la escritora Clementina Quenel creó la obra La Telesita en 1949, que recibió importantes distinciones, mientras que el poeta León Benarós escribió un poema inspirado en la leyenda, incluido en su libro Romancero criollo.

La leyenda de la Telesita, cargada de misterio y tragedia, se convirtió en un símbolo cultural de la identidad Santiagueña y de toda Argentina. A través de la música, la literatura y el teatro, su figura sigue danzando, recordándonos la fuerza de la tradición y el poder de lo popular para mantener vivas nuestras historias y tradiciones.



"EL PAMPA" JOSÉ LARRALDE su Historia (Biografía)

 

Un nombre que resuena con fuerza en la historia del folclore argentino. Su vida y obra encarnan la voz de un pueblo, la esencia de una tierra y la lucha inquebrantable por la dignidad y la justicia. Nacido en un humilde entorno rural, supo forjar su camino mediante de su propio esfuerzo. A través de su música, logró captar la esencia del alma campesina, las injusticias sufridas por los más humildes, y la belleza austera de la vida en el campo. Hoy en Zambas al Corazón te contamos de la vida del Pampa José Larralde




Infancia y juventud



José Teodoro Larralde Saad “El Pampa” nació el 22 de octubre de 1937 en Huanguelén, un pequeño pueblo rural que se extiende entre los partidos de Coronel Suárez y Guaminí, al suroeste de la provincia de Buenos Aires, Argentina. En este rincón de tierra, donde el horizonte parece infinito y el viento susurra viejas historias, su vida comenzó a tejerse entre las manos de un destino forjado en la dureza del campo y la poesía de la vida sencilla.

Su padre, José Larralde Iribarren Machicote Berrotagaraicoechea, había llegado desde Aranaz, Navarra, en 1918, con apenas catorce años y un corazón cargado de sueños. El joven inmigrante vasco se ganó la vida como boyero en un tambo de Avellaneda antes de asentarse como peón rural en la Estancia San Lorenzo, en Huanguelén. Fue en esas tierras donde conoció a Bibiana Saad, una mujer de raíces árabes, que, con sus manos trabajadoras y su alma cálida, se convirtió en su compañera de vida.

La familia Larralde conoció de cerca las carencias, aquellas que suelen ocultarse tras la dignidad de los hombres y mujeres del campo. Luego de perder su empleo en la estancia, el padre se dedicó al comercio informal de chatarra y artículos de segunda mano, recorriendo caminos con un carrito, bajo el sol, buscando con qué sustentar a los suyos. El pequeño José, creció entonces en la pobreza, pero no en el desconsuelo. “Éramos felices porque no sabíamos lo que era la pobreza”, diría años más tarde, confesando que fue solo cuando tuvo la dicha de comer todos los días que entendió lo que antes había carecido.

Desde niño, Larralde se familiarizó con las tareas del campo. Pero más allá del trabajo, lo que arraigó en su corazón fue la profunda conexión con la naturaleza y el paisaje que lo rodeaba. A los siete años, comenzó a escribir sus primeros versos, revelando una inclinación innata por la palabra, ese refugio donde los sentimientos toman forma y se elevan.

A los once años, el destino le entregó una guitarra, un regalo modesto que llegó junto a una cocina vieja en desuso. Con ese instrumento, nació en él una vocación que lo acompañaría toda su vida: la música folclórica y el canto. En sus ratos libres, mientras cumplía con sus labores, Larralde tocaba la guitarra, componiendo melodías y letras inspiradas en su día a día. Así fue forjando un estilo único, una mezcla de talento lírico y vivencias campesinas que capturaban el espíritu de la tierra.

Con el tiempo, José se convirtió en un atento observador de su entorno. Los detalles más humildes y cotidianos de la vida rural campesina: los fogones humeantes, los guisos con los que se nutría, las alpargatas gastadas, las ropas sencillas. Esas imágenes se transformaron en versos, reflejos de su conexión inquebrantable con el universo del hombre de campo.

Durante su juventud, atravesó un período de desorientación y vida errante. Dormía en andenes de trenes, embarcaderos y otros refugios improvisados, como relata en su poema "Cimarrón y tabaco" de 1971. Esa experiencia de vida nómada, compartida con otros que también vagaban en busca de un lugar en el mundo, fortaleció su espíritu de independencia y su rebeldía ante las adversidades. A pesar de las dificultades, Larralde nunca perdió su dignidad ni su firmeza en buscar un trabajo honrado, valores que luego plasmaría en su obra artística. Finalmente, decidió migrar a la ciudad, en busca de nuevas oportunidades laborales, abriendo así un nuevo capítulo en su vida, uno que marcaría su trayectoria.

Estilo musical y temáticas

El estilo musical de José Larralde se enmarcó dentro la tradición del folclore argentino, con un enfoque particular en la milonga campera y los ritmos propios de la vasta llanura pampeana bonaerense. Su voz, potente y expresiva, se alzaba como el eco de la tierra misma, acompañada por la guitarra, instrumento que, bajo sus manos, se convirtió en vehículos de historias, penas y alegrías del hombre de campo.

Una de las características más notables de la obra de Larralde es su arraigo en la realidad rural y su fiel retrato de las experiencias de los sectores más desprotegidos de la sociedad. Sus letras no solo narraban la vida del trabajador rural, con sus oficios y faenas diarias, sino que también revelaban las penurias económicas, la explotación laboral, las injusticias y el dolor de su región. Larralde no esquivaba las verdades incómodas; al contrario, hacia hincapié en ellas, además denunciaba la maquinaria comercial que, según él, había desvirtuado el género folclórico. A través de sus versos, daba voz a la crudeza y al realismo de las condiciones de vida del peón de campo, las vicisitudes del inmigrante en la ciudad, y las desigualdades económicas que asolaban a su pueblo.

Sus composiciones, impregnadas de un lenguaje coloquial y directo, no temían inquietar. Con una honestidad que rayaba en la audacia, Larralde se convirtió en un cronista poético de los olvidados y marginados. Su obra, por tanto, no solo es música, sino un testimonio viviente de la lucha y el sufrimiento de los más humildes, una denuncia constante contra los abusos de poder y la desigualdad.

Pero más allá de su compromiso social, también exploró temáticas más íntimas y emotivas. El amor, la libertad y la conexión con la naturaleza fueron también motivos recurrentes en sus canciones. Sin embargo, incluso en estas composiciones de tono más personal, su arte permaneció fiel a sus raíces. Las metáforas y escenarios que utilizaba estaban invariablemente ligados al ámbito rural, reflejando así su apego a la tierra que lo vio nacer.

Encuentro con Jorge Cafrune



Larralde era un humilde peón de campo cuando, a mediados de la década del 60, una noticia inesperada llegó a sus oídos: Jorge Cafrune, el renombrado cantor folclórico, interpretaba uno de sus temas en su repertorio, "Permiso". Larralde, sorprendido y conmovido, no podía creer cómo una de sus obras había llegado a manos de tan ilustre figura.

Pero fue hasta el año 1966 que se marcó un punto de inflexión en la carrera de Larralde, gracias a su encuentro con el reconocido cantor folclórico Jorge Cafrune. Este encuentro fue propiciado por José Dip, vecino de Larralde en Huanguelén, quien mantenía vínculos con Cafrune. Larralde, anhelando conocer al famoso cantor, le pedía frecuentemente a Dip que se lo presentara. Finalmente, durante un asado familiar en casa de su tío Eduardo Saad, Dip cumplió el deseo de Larralde, quien tuvo la oportunidad de mostrarle a Cafrune algunas de sus composiciones.

Cafrune quedó impresionado por la calidad y la profundidad de las letras de Larralde, que capturaban con gran autenticidad la vida rural y las injusticias sociales. Conmovido por aquel talento innato, Cafrune pidió a José Dip que al día siguiente contactara a Hernán Figueroa Reyes, director de grabaciones de CBS, pues deseaba incluir algunos de los temas de Larralde en su próximo disco. Ese álbum, titulado Jorge Cafrune, sería editado en 1967. Este hecho significó la primera oportunidad para que el trabajo del hasta entonces desconocido Larralde trascendiera a un público más amplio y comenzara a ganar reconocimiento en el ámbito de la música folclórica.

Poco después, Cafrune invitó a Larralde a acompañarlo en una actuación en el Club Social y Deportivo Unión de Girodías, a casi 100 kilómetros de Huanguelén. En esa ocasión, Cafrune interpretó tres temas antes de presentar a Larralde, quien, con la anuencia y generosidad del cantor, se adueñó del escenario. Fue allí donde Larralde interpretó varias canciones, incluyendo la emblemática Herencia pa' un hijo gaucho. Esta presentación captó la atención de los directivos de la compañía discográfica RCA Víctor, quienes, impresionados por su talento, le ofrecieron un contrato para grabar su propio disco.

Otro gesto del truco tuvo lugar en una de las recordadas noches del Festival de Cosquín, en 1967, Cafrune cantó tres temas de Larralde. Entre ellos Sin pique. En ese entonces el periódico local, Los Principios, le otorgaba un premio especial a la mejor canción del festival.

La última noche de Cosquín el jurado determinó que Sin pique era la canción ganadora. Pero cuando van a entregarle el premio, Cafrune les dice que él no lo merece, porque las canciones que cantó le pertenecen a un gaucho de Huanguelén “que debe estar allá atrás de los alambrados, porque no tenía dinero para pagarse la entrada”. Acto seguido una turba lo lleva en andas a Larralde y lo suben al escenario. Cafrune, ya había hecho lo mismo dos años antes presentando a Mercedes Sosa, le da su propia guitarra y le pide que sea él mismo quien cante sus propios temas.

El apoyo inicial de Cafrune fue crucial para la carrera de Larralde. Su generosidad al difundir las primeras obras de aquel cantor ignorado, y su deseo de dar a conocer su talento, abrieron las puertas del éxito a Larralde, quien iniciaría una prolífica carrera discográfica. Sus canciones, impregnadas de la realidades, resonarían en toda Argentina.

Sin embargo, en esos primeros años de su carrera, Larralde no solo se dedicaba a la música; la necesidad lo llevó a realizar otros trabajos para subsistir. Se desempeñó como albañil, mecánico, trabajador rural, tractorista y soldador, oficios que ejercía mientras grababa sus primeras canciones. Este esfuerzo constante, tanto en la música como en la vida, definió la esencia de Larralde: un hombre arraigado a su tierra y a su gente.

Trayectoria discográfica



La carrera discográfica de José Larralde comenzó en 1967 con el lanzamiento de su primer álbum, titulado Canta José Larralde, bajo el sello RCA Víctor. Este debut marcó el inicio de una notable trayectoria que lo llevaría a grabar más de 30 producciones de larga duración a lo largo de su vida. Desde entonces, la voz de Larralde, con su tono profundo y su mensaje honesto, resonaría en los corazones de quienes encontraban en sus canciones un reflejo de la vida y las luchas cotidianas.

En los años siguientes, mantuvo un ritmo constante de grabaciones, lanzando discos como Permiso, El Sentir de José Larralde, Pa' que dentre, Hombre, El sentir de José Larralde Segunda parte, Amigo y Milonga de Tiro Largo 'Santos Vega' en 1970, entre otros. Cada álbum representaba un nuevo capítulo en su compromiso con el folclore, donde su voz se convertía en el canal de las historias, sentimientos y paisajes que componían su universo.

La obra discográfica abarcó una diversidad de estilos dentro del folclore argentino, desde las milongas pampeanas hasta los ritmos de la Patagonia, el Litoral y la región de Cuyo. Su versatilidad artística se manifestó en su afán por rescatar y difundir géneros menos conocidos como los loncomeos, los cordilleranos y los antiguos valses criollos, expresiones musicales que forman parte del alma de las distintas regiones de Argentina. Con cada disco, Larralde no solo interpretaba canciones, sino que realizaba un verdadero acto de preservación cultural, rescatando del olvido sonidos y ritmos que hablan de nuestra historia y nuestra identidad.

Entre sus álbumes más emblemáticos se encuentran Milonga de Tiro Largo 'Santos Vega', Cimbreando, Simplemente, Del corazón pa' dentro y El alegre canto de los pájaros tristes. Estas producciones no solo consolidaron su lugar en el panorama del folclore argentino, sino que también lo elevaron a la categoría de referente ineludible para futuras generaciones de músicos y poetas.

La obra de Larralde no se limitó a las fronteras argentinas; su música encontró eco en tierras lejanas, alcanzando una amplia difusión en países como Uruguay, Paraguay, Chile, Brasil, Colombia, Venezuela, Alemania, Australia, México y España, entre otros. Paradójicamente, sus álbumes llegaron a alcanzar una popularidad en España incluso mayor que en la propia Argentina.

Reconocimiento

La figura de José Larralde alcanzó un reconocimiento y popularidad notable dentro de la escena, consolidándose como un exponente destacado y representativo del género de la milonga campera y de la música arraigada en las tradiciones del interior bonaerense. Su estilo, enraizado en la realidad rural y en el universo del hombre de campo, logró establecer una conexión íntima con un público que veía en sus composiciones un reflejo de sus propias vivencias y luchas.

A través de letras crudas y directas, Larralde se erigió como un portavoz poético de los sectores más desfavorecidos, denunciando con valentía las injusticias sociales, la explotación laboral y las desigualdades imperantes en su tiempo. Sus canciones no solo narraban historias, sino que también transmitían un mensaje claro y comprometido, convirtiendo su música en un medio para dar voz a quienes, en muchos casos, habían sido silenciados por la sociedad. Fue tildado de comunista, anarquista, izquierdista, derechista, entre otras etiquetas. Pero el cantor nunca se inmutó ni cambió su forma de pensar o de trasmitir sus ideas.

Aunque Larralde siempre cultivó un perfil alejado de los circuitos comerciales masivos y de los grandes festivales, su obra trascendió esas barreras. Sus presentaciones en salas y teatros más íntimos le permitieron forjar un vínculo estrecho y auténtico con sus seguidores, quienes valoraban no solo la calidad de su música, sino también la sinceridad de su mensaje y su inquebrantable compromiso. En un mundo cada vez más dominado por lo superficial, Larralde se mantuvo fiel a su esencia, ganándose un lugar especial en el corazón de aquellos que buscaban en la música algo más que simple entretenimiento: una conexión profunda con la verdad y la vida.

Censura



Durante los gobiernos de facto de las Juntas Militares en Argentina, la obra de José Larralde fue objeto de censura y restricciones debido al contenido crítico y reivindicativo de sus letras. Su música fue catalogada como "subversiva" y "peligrosa", lo que llevó a la interrupción de sus grabaciones y presentaciones.

Fueron numerosas las veces que recibió una orden de arriba diciéndole en el último momento que no podía realizar su espectáculo y que debía cancelarlo. No se aducía ninguna razón, no se sabía quién lo firmaba. Solamente no lo dejaban trabajar. Según Larralde, la época más difícil que vivió fue durante el último gobierno peronista, en los tiempos de la Triple A. Los controles y el hostigamiento fueron intensos para él, al punto de sentirse forzado a estar armado por propia seguridad mientras recorría el país. En un momento de desesperación, decidió regresar a su pueblo natal, pensando que en ese lugar que conocía tan bien podría refugiarse, decía: “Me escondo en las lagunas y no me encuentra ni Dios; además, al que viene lo voy a ver a dos leguas y me voy a poder defender”. Sin embargo, al llegar, se enteró de que esa misma mañana, un profesor había sido acribillado con veinticinco balazos, apenas dos horas antes. Esto lo llevó a tomar la decisión de irse junto a su mujer y refugiarse en los médanos, viviendo un momento de extrema dificultad para ambos.

Con el golpe militar, la situación no mejoró. Larralde relata: “No sabíamos dónde meternos, pero siempre con la idea de que yo de acá no me voy”. Logró subsistir fabricando ropa. Compraban cuero de descarne y, con herramientas rudimentarias, elaboraban polleras y otras prendas, que luego su mujer vendía en los pueblos cercanos.

A pesar de las dificultades y presiones, Larralde se mantuvo firme en su postura, negándose a autocensurarse. Su negativa a renunciar a sus principios lo convirtió en un símbolo de resistencia cultural durante un período de represión y control estricto de la expresión artística. En medio de la oscuridad de esos años, José Larralde permaneció fiel a su voz y a su mensaje, dejando un legado de integridad y coraje.

Filosofía de vida



La vida personal de Larralde estuvo marcada por una existencia sencilla y austera, alejada de los reflectores y de la fama. Mantuvo siempre una conexión cercana con sus orígenes humildes y con las tradiciones del ámbito rural, eligiendo una vida discreta, en contraste con el bullicio de la escena pública.

La integridad de Larralde se reflejaba incluso en sus presentaciones, donde no dudaba en interrumpir sus propias actuaciones si consideraba que el público se comportaba de manera inadecuada o irrespetuosa. Con firmeza, exigía respeto hacia su arte y hacia quienes lo acompañaban, dejando en claro su compromiso con la dignidad y la autenticidad en todo lo que hacía.

El impacto de Larralde en la cultura popular argentina se evidenció en el reconocimiento tanto de sus pares como de la crítica especializada. En 1995, recibió el prestigioso Premio Konex de Platino como el mejor cantante masculino de folklore de la década, un galardón que consolidó su posición como uno de los máximos exponentes del género en su generación.

Su legado artístico trascendió las fronteras del folclore, influyendo notablemente en artistas y bandas de otros géneros musicales. Un ejemplo destacado fue la banda de rock Hermética, cuyo exlíder Ricardo Iorio grabó versiones de temas compuestos por Larralde. Este hecho atrajo a un público juvenil de aquellos años hacia la obra del folclorista, ampliando su alcance y proyectando su mensaje a aquellas generaciones. La capacidad de Larralde para conectar con artistas de diferentes estilos y épocas demostró la universalidad de su mensaje y la vigencia de su compromiso social a través de la música.

En 2013, la canción "Quimey Neuquén", escrita por Marcelo Berbel y Milton Aguilar y grabada por Larralde en su primer disco, fue utilizada en el episodio "Buried" de la quinta temporada de la serie estadounidense Breaking Bad, un hecho que subraya la trascendencia de su obra más allá de las fronteras argentinas.

En los últimos años, Larralde residió en un modesto departamento en la ciudad, llevando una rutina cotidiana sencilla, dedicada a las tareas domésticas y a la reflexión, manteniéndose alejado de los escenarios, pero siempre fiel a sus raíces y a la esencia que lo convirtió en una figura emblemática de la cultura.

 


 

José Larralde se ganó el respeto y la admiración de un amplio público gracias a la autenticidad y coherencia entre su discurso artístico y su vida personal. Su trayectoria se caracterizó por un compromiso inquebrantable con sus valores y una postura crítica frente a la realidad social, elementos que resonaron en aquellos que se identificaban con sus letras y su visión del mundo.

HISTORIA DE LA "CANCION PARA LA ESTRELLA AZUL" de Peteco Carabal

 


“¿Dónde estará la estrella azul?” Así comienza uno de los tantos éxitos creados por el músico santiagueño Peteco Carabajal, una canción que resonó en la segunda mitad de los años 80 y que, en la voz de Mercedes Sosa, recorrió el mundo entero. Este conmovedor huayno está inspirado en una historia real, la de Peteco y un hijo al que nunca pudo ver crecer. En Zambas al Corazón te contamos la historia detrás de la Canción para la estrella azul.



A principios de esa década, Peteco, un joven folclorista, conoció a Úrsula, una diplomática austriaca que trabajaba en la embajada de su país en Buenos Aires. Entre ellos surgió un romance profundo, y fruto de ese afecto, el 17 de abril de 1984 en el Hospital Alemán de Buenos Aires, nació un niño al que llamaron Juan. Sin embargo, la relación entre Peteco y Úrsula era inestable y pronto se desvaneció, a veces la vida es así. Al poco tiempo, Úrsula, cumpliendo con su deber diplomático, fue asignada a otro destino y partió llevándose consigo a Juan, arrebatándole a Peteco la ilusión de ver crecer a su hijo. Jamás le comunicó de su partida ni hacia dónde se dirigían.

Desde ese momento, el pequeño Juan se convirtió en una estrella distante y lejana brillando en otro cielo.

“¿Dónde estará la estrella azul? Sus ojos suelen brillar, perdidos en la inmensidad”, serían estos los sentimientos de Peteco en medio de la nostalgia y el dolor que lo golpearon en esos primeros instantes. “A veces sueño que está aquí y se ilumina el camino…”

A pesar de sus esfuerzos por ubicar a su hijo, todos sus intentos fueron en vano. Las cartas que enviaba no llegaban a destino o se perdían en direcciones equivocadas, pues el único dato que poseía era que Juan y su madre se encontraban en algún lugar de África.

Nacimiento de la canción

En una de las visitas que solía hacer a Jacinto Piedra y su esposa Irene, mientras compartían mates y guitarras, una melodía comenzó a brotar desde lo más recóndito de su ser, inspirada por aquella estrella que se le escapó de entre sus dedos. Que con posterioridad poco a poco, fue moldeando hasta darle una forma definitiva, nacida del anhelo y el dolor.

La letra de la canción surgió de vivencias que lo llevaron a expresarse a través de metáforas y simbolismos. No narra un hecho específico, sino que utiliza la imagen de una estrella lejana, casi inalcanzable, para transmitir un sentimiento de pérdida, de distancia y de desencuentro. A través de una poesía sencilla, Peteco intentó plasmar su realidad y lo que sentía, sin revelar explícitamente su origen. “Es como un papel que el viento no deja caer”, canta, resumiendo la esencia de la canción en esa línea: “A nadie puedo preguntar con las palabras del alma; es mi tristeza un papel que el viento no deja caer”.

La canción fue lanzada en su álbum junto a Jacinto Piedra, “Santiagueños - Transmisión Huaucke”, y se popularizó por su impactante sencillez, sin que el público conociera el profundo trasfondo de la letra.

“A veces sueño que está aquí y se ilumina el camino cuando aparece el fulgor cerquita de mi corazón”.

Encuentro

Un día, finalmente, llegó la noticia que tanto anhelaba: Juan vivía en Nairobi, la capital de Kenia, en África oriental, junto al océano Índico. Ahora, la cuestión era cómo llegar a ese lugar.

Mercedes Sosa, consolidada como una artista de renombre internacional, al enterarse del drama que vivía su amigo, decidió incorporarlo a su banda como músico para una gira por Europa. Una vez concluida la gira, Mercedes le dijo: "Peteco, te traje para que puedas ver a tu hijo. Desde acá no es tan lejos", y le entregó un sobre con el dinero suficiente para que pudiera viajar a Kenia.

Ya en Nairobi, Peteco realizó el llamado telefónico que tanto estuvo buscando. Al otro lado, una voz familiar pero lejana le dijo que podría ver al niño, pero solo por un par de horas, bajo una estricta supervisión, y sin revelarle al pequeño cuál era su verdadero vínculo con él. Peteco, con el corazón lleno de esperanza, aceptó sin dudar.

Así, el músico se adentró en un territorio completamente desconocido para él, sin dominar el idioma ni saber que podría esperarle. Pasó dos días en un hotel, esperando ansiosamente el momento del encuentro, hasta que un segundo llamado le indicó el lugar y la hora: se encontrarían en una plaza pública.

Cuando finalmente vio a Juan, el niño no comprendía por qué aquel hombre lo miraba con tanto cariño y le demostraba tanto afecto. No hablaba ni una palabra en español, y su madre jamás le había contado de su padre.

A pesar de la barrera del idioma y la falta de conocimiento mutuo, ambos compartieron un momento que había sido esperado durante tanto tiempo. Entre sonrisas y juegos, el tiempo voló, y en un abrir y cerrar de ojos, las dos horas habían pasado. Los custodios se llevaron al niño, pero antes, Peteco le dejó dos regalos: un bombo legüero, símbolo de su tierra, la chacarera y el folklore, y una camiseta del club de sus amores, Boca Juniors.

La vida sigue

Posteriormente, Peteco plasmó su experiencia en la canción “Encuentro”, donde expresó la dicha de haber hallado a su estrella perdida. Allí también hace referencia a la ayuda de Mercedes, quien hizo posible ese encuentro: “En la voz de una nube amiga crucé los cielos como una herida. Tengo suerte, hoy la vida me ha hecho hallar la estrella perdida”. Además, relató su travesía por esas tierras lejanas, movido por la esperanza de ver a su hijo: “Otros cielos, otras aguas, otros pueblos, otras palabras, y una sombra implacable más allá de la luz aguarda”. La canción fue incluida en su disco solista de 1991, titulado “Encuentro”, mismo nombre de la canción y cuya portada lo muestra mirando al cielo, iluminado por la luz de una estrella... una luz azul.

Sin embargo, la historia no concluyó allí. Durante los años que siguieron, Peteco intentó mantener el contacto con su hijo y procuró organizar otros encuentros, aunque sin éxito. Treinta años más tarde, con Juan ya convertido en un profesional que trabajaba en la ONU, Peteco finalmente pudo contarle su versión de los hechos: lo que había sucedido y por qué lo había buscado tanto. Aunque en ese primer encuentro, a pesar de los esfuerzos de Peteco por crear lazos, lo noto muy distante. No obstante, en otra oportunidad, logró reencontrarse con él tras un concierto en Viena con “Riendas Libres”, el conjunto que formó junto a sus otros hijos, Homero y Martina. Para sorpresa de Peteco, divisó a Juan entre el público, que había acudido para ver su espectáculo.

“Cuando terminamos de tocar, fui a saludarlo. Estaba con su madre y con su novia. Salimos y fuimos a un bar, y nos quedamos casi tres horas conversando. Por primera vez, pude encontrarme con Juan para hablar distendidos y riéndonos, cada uno desde su lugar. El encuentro con mis otros hijos fue totalmente alegre y hermoso. He podido comenzar un nuevo ciclo en la vida. Durante 32 años, estuve ligado a esta historia, siempre en silencio”, relató Peteco, lleno de felicidad.

Ahora, solo queda esperar el día en que Juan decida aventurarse a visitar Argentina, para descubrir la historia que yace detrás del legado de su padre, para conocer los sentimientos de la tierra de sus antepasados, la cultura que lo envuelve y todo el amor que se oculta tras su apellido.

 


Peteco encontró en su arte la fuerza para sobrellevar la ausencia y convertir el dolor en belleza, plasmándola en su arte. La historia de su búsqueda y eventual encuentro con Juan nos recuerda la importancia de nunca rendirse ante los obstáculos y de mantener viva la fe en que, tarde o temprano, los lazos del corazón encuentran la manera de reunirse.

Hoy, la melodía de esa "estrella azul" sigue brillando con intensidad, iluminando caminos, e inspirando a todos aquellos que luchan por reencontrarse con sus propios anhelos perdidos. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, la música y el amor tienen el poder de sanar, unir y trascender más allá de lo imaginable.